lunes, 27 de noviembre de 2017

LECTURA 6: El mal aliento

EL MAL ALIENTO

Por la cara que pone tu amigo al acercarte para decirle algo al oído, te das cuenta que pasa algo raro. ¿Es posible que sea tu aliento? Quizás no deberías haber puesto tanta cebolla en la hamburguesa que comiste en el almuerzo. ¿Qué puede hacer un niño si tiene mal aliento?
La buena noticia es que el mal aliento es algo normal que le ocurre a una persona de vez en cuando. Veamos cómo detectarlo, evitarlo y tratarlo.

¿Qué es ese olor?

El mal aliento es el nombre común que se le da a la afección médica conocida con el nombre halitosis. Muchas cosas pueden causar halitosis —desde no cepillarse los dientes hasta la existencia de ciertas afecciones médicas.
A veces, el mal aliento de un amigo puede mantenerte alejado de esa persona —y es posible que la persona con mal aliento ni tan siquiera se dé cuenta del problema. Hay muchas maneras de decirle a una persona que tiene mal aliento sin ser ofensivo. Le puedes ofrecer una menta o goma de mascar sin azúcar y no tener que decir nada.
Si tienes que decirle a un amigo que tiene mal aliento, puedes comentarle que entiendes que ciertos alimentos pueden causar mal aliento ya que también te ha pasado a ti. Al decirle a tu amigo que el mal aliento no es algo inusual, harás que se sienta más cómodo y menos avergonzado para aceptar la goma de mascar que le ofreces.
Si sospechas de que tu propio aliento tiene mal olor, pregúntale a alguien que te pueda dar una respuesta sincera sin reírte de ti. (No le preguntes a tus hermanos —¡es posible que te digan que tienes muy mal aliento aunque no sea verdad!)
Todos hemos tenido mal aliento en algún momento, pero si tú tienes mal aliento continuamente, debes consultar a un dentista o un médico.

¿Cuál es la causa del mal aliento?

Las causas más comunes de mal aliento son las siguientes:
  1. alimentos o bebidas, como el ajo, las cebollas, el queso, el jugo de naranja y las gaseosas
  2. poca higiene dental (falta de cepillado y de uso de hilo dental de manera regular)
  3. fumar o usar tabaco
La falta de higiene oral produce mal aliento dado que los restos de alimentos que quedan en la boca se pudren y comienzan a largar olor. Las partículas de comida que quedan en la boca comienzan a recoger bacteria, lo cual también produce olor.
Si no te cepillas los dientes con regularidad, comenzarás a juntar sarro (una sustancia incolora y pegajosa que se adhiere a los dientes). El sarro es el lugar ideal para el crecimiento de la bacteria y la producción de mal olor.

Cómo evitar el mal aliento

Entonces, ¿qué puede hacer un niño? Por supuesto, no fumes o uses tabaco. Y cuídate los dientes cepillándote regularmente por lo menos dos veces al día y pasándote hilo dental una vez por día. Cepíllate la lengua ya que la bacteria también puede crecer allí. Usa hilo dental una vez por día para eliminar trozos de comida entre los dientes. También, ve al dentista dos veces por año para que te hagan un control y para recibir tratamientos de limpieza.
Durante el tratamiento de limpieza, no solamente te limpiarán los dientes sino que mirarán el resto de tus dientes con el fin de detectar posibles problemas, incluyendo aquellos que podrían provocar el mal aliento. Por ejemplo, un problema con las encías, también denominado periodontitis, puede causar mal aliento y dañar tus dientes.

Si te preocupa el mal aliento, díselo a tu médico o al dentista. Pero que no te sorprenda si el dentista se te acerca para olerte. Esta es una de las maneras que tiene el dentista de saber cuál es la causa de tu problema. El tipo de olor que sale de la boca de una persona es una indicación del tipo de problema. Por ejemplo, si alguien tiene una diabetes que no está bajo control, su aliento tendrá olor a acetona (lo que se usa para quitar el esmalte de las uñas).
Si tienes mal aliento todo el tiempo y el dentista no puede determinar el origen del problema, te enviarán a un médico para asegurarse de que no haya una afección médica que lo esté causando. A veces los problemas con los senos paranasales, y en raras ocasiones problemas de hígado o los riñones, pueden causar mal aliento.

Por lo general, el origen del mal aliento es algo simple, como por ejemplo lo que comiste durante el almuerzo. Por lo tanto, sigue cepillándote los dientes y pasándote hilo dental para mantener tu boca fresca y sin olor.

ENCONTRADO EN:
http://kidshealth.org/es/kids/bad-breath-esp.html?WT.ac=ctg#

LECTURA5 : APARATO DIGESTIVO


Estás sentado a la hora de comer, disfrutando de tu pizza, tu pollo a la brasa y tu naranja. Después de devorar todos estos manjares, rematas la faena con un vaso de leche, te limpias la boca y te diriges hacia la siguiente clase. Dentro de unos minutos estarás pensado en tu ciudad preferida o tu trabajo de ciencias. Te habrás olvidado completamente de lo que acabas de comer. Pero todavía lo tendrás en el estómago -¡una especie de experimento científico que ocurre constantemente!
Tu aparato digestivo empezó a trabajar incluso antes de que hincaras el diente a la pizza. Y seguirá ocupado digiriendo tu comida recién masticada durante las próximas horas - o a veces días, en función de lo que hayas comido. Este proceso, denominado digestión, permite que tu cuerpo obtenga los nutrientes y la energía que necesita a partir de lo que comes. Ahora vamos a averiguar qué está ocurriendo con tu pizza, tu pollo, tu naranja y tu leche.



La movida empieza en la boca

Antes de que des el primer bocado a un alimento sabroso, cuando lo hueles, lo ves o piensas en él, empieza la digestión. Se te empieza a formar saliva en la boca. Cuando comes, la saliva inicia el proceso de descomposición de las sustancias químicas que contienen los alimentos y ayuda a ablandarlos para que resulte más fácil tragarlos. La lengua te ayuda empujando los alimentos por la boca mientras tú masticas con los dientas. Cuando estás preparado para tragar, la lengua empuja un trocito de comida triturada y ablandada, llamada bolo alimenticio, hacia la parte posterior de la garganta, para que entre por la abertura del esófago, la segunda parte del tubo digestivo.



El esófago es un tubo elástico que mide unos 25 centímetros de largo. Conduce la comida desde la parte posterior de la garganta hasta el estómago. Pero en la parte posterior de la garganta también se encuentra la tráquea, que permite que el aire entre y salga de tu cuerpo. Cuando tragas una bolita de comida triturada y ablandada o a algún líquido, una lengüeta de un tejido especial llamada epiglotis cierra la abertura de la tráquea para garantizar que la comida entre en el esófago, en vez de en la tráquea.
Si alguna vez has bebido algo demasiado deprisa, has empezado a toser y alguien te ha dicho que la bebida "se te ha ido por el otro lado", lo que quería decir esa persona es que el líquido te había entrado en la tráquea por error. Esto sucede cuando a la epiglotis no le da tiempo a cerrarse, y te pones a toser involuntariamente (sin pensar en ello) para despejar la tráquea.
Una vez la comida entra en el esófago, no va directamente al estómago. En lugar de ello, los músculos de las paredes del esófago se mueven describiendo un movimiento ondulatorio para ir aplastando el alimento al tiempo que lo hacen descender esófago abajo. Esto dura aproximadamente 2 ó 3 segundos.

Nos vemos en el estómago

El estómago está unido al extremo inferior del esófago. Se trata de un "saco" elástico que tiene la forma de la letra "j". Desempeña tres funciones importantes:
  • Almacenar la comida que ingieres
  • Descomponer los alimentos en una mezcla líquida
  • Vaciar lentamente ese líquido al intestino delgado
El estómago actúa como una batidora, mezclando y triturando todas las bolitas de alimento procedentes del esófago en fragmentos cada vez más pequeños. Esto lo hace con la ayuda de los fuertes músculos que tiene en sus paredes y los jugos gástricos que éstas segregan. Aparte de fragmentar y descomponer la comida, los jugos gástricos también ayudan a destruir los gérmenes y bacterias que pueden contener los alimentos que ingieres.
¡Adelante! ¡Hacia el intestino delgado!

Más de 6 metros de intestino

El intestino delgado es un tubo largo, con un diámetro o contorno entre 3,5 y 5 centímetros, que está replegado sobre sí mismo en tu interior, debajo del estómago. Si extendieras completamente tu intestino delgado, mediría aproximadamente 6,7 metros de largo - ¡como 22 cuadernos alineados uno detrás de otro!
El intestino delgado desempeña la importante función de descomponer la mezcla de alimentos procedente del estómago todavía más, para que tu cuerpo pueda absorber todos los nutrientes que contiene: vitaminas, minerales, proteínas, hidratos de carbono, y grasas. El pollo asado contiene muchas proteínas - y un poco de grasa - y el intestino delgado te ayudará a absorberlas, siempre y cuando sus amigos - el páncreas, el hígado y la vesícula biliar - le echen una mano.
Los órganos que acabamos de mencionar envían distintos jugos a la primera porción del intestino delgado. Estos jugos ayudan a digerir los alimentos y permiten que el cuerpo absorba los nutrientes que contienen. El páncreas fabrica unos jugos que ayudan al organismo a digerir las grasas y las proteínas. Un jugo que segrega el hígado llamado bilis ayuda a que se absorban las grasas en el torrente sanguíneo. Y la vesícula biliar es como un almacén de bilis, donde se almacena este jugo para cuando el cuerpo lo necesite.
Los alimentos que ingieres pueden permanecer hasta 4 horas en tu intestino delgado, hasta que se convierten en una mezcla líquida y acuosa. Es un tiempo bien empleado, porque, al final del viaje, los nutrientes procedentes de la pizza, el pollo, la naranja y la leche podrán pasar del intestino a la sangre. Una vez en la sangre, tu cuerpo estará mucho más cerca de aprovechar los hidratos de carbono complejos contenidos en la masa de la pizza, la vitamina C de la naranja, las proteínas del pollo y el calcio de la leche.
La próxima parada para los nutrientes es ¡el hígado! Y los productos de desecho - las sobras de los alimentos que tu cuerpo no puede utilizar - seguirán avanzando hacia el intestino grueso.

Ama tu hígado

La sangre rica en nutrientes va directamente al hígado, donde es procesada. El hígado se encarga de filtrar las sustancias nocivas o productos de desecho, transformando algunos de estos desechos en más bilis. El hígado hasta ayuda a determinar qué cantidad de nutrientes se distribuirá al resto del cuerpo, y qué cantidad se quedará almacenada a modo de reserva. Por ejemplo, el hígado almacena ciertas vitaminas y un tipo de azúcar que el cuerpo utiliza para obtener energía.

Esto sí que es un intestino grueso

Con un diámetro o contorno de entre 7 y 10 centímetros, el intestino grueso es, efectivamente, más grueso que el delgado, y es casi la última parada que hacen los alimentos en el tubo digestivo. Al igual que el intestino delgado, está replegado sobre sí mismo en el interior de tu cuerpo, y, si lo extendiéramos completamente, mediría aproximadamente 1,5 metros de largo. El intestino grueso tiene un tubito con un extremo cerrado que sobresale y que recibe el nombre de apéndice. Aunque el apéndice forma parte del tubo digestivo, no parece desempeñar ninguna función, pero puede dar problemas porque a veces se infecta y se tiene que extirpar (es decir, extraer mediante una operación).
Como ya hemos comentado, una vez se ha extraído la mayor parte de los nutrientes de la mezcla líquida de alimentos, queda lo que se conoce como productos de desecho -el material que tu cuerpo no pude utilizar y que tiene que ser expulsado al exterior. ¿Adivinas donde acaba? Bueno, aquí tienes una pista: para perderlo de vista, tienes que tirar de la cadena.
Antes de ser expulsados, los productos de desecho pasan por la porción del intestino grueso llamada colon, que es donde el cuerpo tiene la última oportunidad de absorber el agua y algunos minerales, vertiéndolos al torrente sanguíneo. A medida que los productos de desecho van perdiendo agua, se van endureciendo mientras avanzan por el intestino grueso hasta convertirse en un sólido. Sí, son las cacas (más finamente denominadas heces, deposiciones o movimientos intestinales).
El intestino grueso va empujando las heces hasta que llegan al recto, la última porción del tubo digestivo. Los productos de deshecho en estado sólido permanecen aquí hasta que tú tienes ganas de ir al baño. Cuando vas al baño, te desprendes de esos productos de desecho expulsándolos a través del ano. ¡Y es ahora cuando la cadena entra en acción!

Échale una mano a tu sistema digestivo

Puedes ayudar a tu sistema digestivo bebiendo agua y llevando una dieta saludable que contenga alimentos ricos en fibra. Los alimentos ricos en fibra, como la fruta, la verdura y los cereales integrales, ayudan a las heces a avanzar a lo largo del tubo digestivo. El sistema digestivo es una parte muy importante de tu cuerpo. Sin él, no podrías obtener los nutrientes que necesitas para crecer y mantenerte sano. La próxima vez que te sientes a comer, sabrás adónde va todo lo que comes - ¡de principio a fin!

miércoles, 22 de noviembre de 2017

LECTURA RÁPIDA 4

La bolsa de monedas


Hace mucho tiempo, en una ciudad de Oriente, vivía un hombre muy avaro que odiaba compartir sus bienes con nadie y no sabía lo que era la generosidad.
En una ocasión, paseando por la plaza principal, perdió una bolsa en la que llevaba quinientas monedas de oro. Cuando reparó en ello se puso muy nervioso y quiso recuperarla a toda costa.
¿Sabes qué hizo? Decidió llenar la plaza de carteles en los que había escrito que quien encontrara su bolsa y se la devolviera, recibiría una buena recompensa.
Quiso la casualidad que quien se tropezó con ella no fue un ladrón, sino un joven vecino del barrio que leyó el anuncio, anotó la dirección y se dirigió a casa del avaro.
Al llegar llamó a la puerta y muy sonriente le dijo:
– ¡Buenos días! Encontré su bolsa tirada una esquina de la plaza ayer por la tarde  ¡Tenga, aquí la tiene!
El avaro, que también era muy desconfiado,  la observó por fuera y vio que era igualita a la suya.
– Pasa, pasa al comedor. Comprobaré que está intacta.
Echó las monedas sobre la mesa y, pacientemente, las contó.  Allí estaban todas, de la primera a la última.
El chico respiró aliviado y le miró esperando recibir la recompensa prometida, pero el tacaño, en uno de sus muchos ataques de avaricia, decidió que no le daría nada de nada. El muy caradura encontró una excusa para no pagarle.
– Sí, es mi bolsa, no cabe duda, pero siento decirte que en ella había mil monedas de oro, no quinientas.
– Señor ¡eso no es posible! Yo sería incapaz de robarle y presentarme aquí con la mitad de sus monedas ¡Tiene que tratarse de un malentendido!
– ¿Malentendido? ¡Aquí había mil monedas de oro así que lo siento pero no te daré ninguna recompensa! ¡Ahora vete, te acompaño a la puerta!
¡El pobre muchacho se quedó helado! No había robado nada, pero no podía demostrarlo. Se puso su sombrero y se alejó  triste y desconcertado. El avaro, desde la puerta, vio cómo desaparecía entre la niebla y después regresó al comedor con aire de chulería.
El muy fanfarrón le dijo a su esposa:
– ¡A listo no me gana nadie! He recuperado la bolsa y encima he dejado a ese desgraciado sin el premio.
La mujer, que era buena persona, le contestó indignada.
– ¡Eso no se hace! A nosotros nos sobra el dinero y él merecía la gratificación que habías prometido ¡Podía haberse quedado con el dinero y no lo hizo! Id juntos a ver al rabino para que os dé su opinión sobre todo esto.
Al avaro no le quedó más remedio que obedecer a su mujer  ¡Estaba tan enfadada que cualquiera le decía que no!
Buscó al chico y acudieron a pedir ayuda al rabino, el hombre más sabio de la región y el que solía poner fin a situaciones complicadas entre las personas. Aunque ya era muy anciano, los recibió con los brazos abiertos; Seguidamente, se sentó en un cómodo asiento a escuchar lo que tenían que contarle.
El avaro relató su versión y cuando acabó, el rabino le miró a los ojos.
– Dime con sinceridad cuántas monedas de oro había en la bolsa que perdiste.
El avaro era tan avaro que se atrevió a mentir descaradamente.
– Mil monedas de oro, señor.
El rabino le hizo una segunda pregunta muy clara.
– ¿Y cuántas monedas de oro había en la bolsa que te entregó este vecino?
El tacaño respondió:
– ¡Sólo había quinientas, señor!
Entonces el rabino se levantó y alzando su voz profunda, sentenció:
– ¡No hay más que hablar! Si tú perdiste una bolsa con mil monedas y ésta tiene sólo quinientas, significa que no es tu bolsa. Dásela a él, pues no tiene dueño y es quien la ha encontrado.
– Pero yo me quedaré sin nada!
– Sí, así es. Tu única opción es esperar a que un día de estos aparezca la tuya.
Y así fue cómo, gracias a la sabiduría del rabino, el avaro pagó sus mentiras y sus calumnias quedándose sin su propia bolsa.

Cuento popular La bolsa de monedas

NÚMEROS DECIMALES

DÉCIMAS:
http://www.eltanquematematico.es/pizarradigital/NumDec5/decimas/decimas_5cubo_p.html

CENTÉSIMAS:
http://www.eltanquematematico.es/pizarradigital/NumDec5/centesimas/centesimas_5cubo_p.html

MILÉSIMAS:
http://www.eltanquematematico.es/pizarradigital/NumDec5/milesimas/milesimas_5_p.html

martes, 21 de noviembre de 2017

¿QUÉ ES UN CARTEL? PASOS PARA DISEÑAR UN BUEN CARTEL


Caballero rival

DISEÑAMOS Y DESCRIBIMOS EL CABALLERO RIVAL DEL TORNEO

1.- Descarga la imagen.
2.- Abre el programa GIM. Tamaño A4 VERTICAL
3.- Abre como capa la imagen
4.- Modifica la imagen para diseñar el caballero que se enfrentará al vuestro en el próximo torneo.

lunes, 20 de noviembre de 2017

LECTURA RÁPIDA 3

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Kitete y sus hermanos

Cuento popular Kitete y sus hermanos

Adaptación del cuento popular de Tanzania

Había una campesina africana llamada Shindo que vivía en Tanzania, muy cerquita del monte Kilimanjaro. No tenía marido ni hijos, así que se pasaba el día sola trabajando en el campo. Cuando llegaba a casa preparaba la comida, daba de comer a los animales, fregaba los platos y lavaba la ropa. Sin nadie que la ayudara, la pobre mujer se sentía siempre muy cansada.
Un día, nada más aparecer la luna y las estrellas  en el firmamento, salió a pasear y se quedó mirando la gran montaña nevada.
– ¡Oh, Gran Espíritu del Monte Kilimanjaro! Me paso los días solita, sin nadie con quien compartir las tareas ni con quien hablar ¡Ayúdame, por favor!
No una noche sino varias fue al mismo lugar a rogarle al Gran Espíritu, pero este no hizo caso de sus plegarias.
Una tarde, cuando ya había perdido toda esperanza, un desconocido llamó a su puerta.
– ¿Quién es usted, caballero?
– Soy el mensajero del Gran Espíritu del Monte Kilimanjaro y vengo a ayudarte.
La campesina, asombrada, vio cómo el hombre extendía su mano hacia ella.
– Toma estas semillas de calabaza para que las siembres en tu campo. Ellas son la solución a tu soledad.
En cuanto dijo estas palabras, el extraño emisario se esfumó.
Shindo se quedó desconcertada, pero como no tenía nada que perder, corrió al campo y plantó con mucho esmero el puñado de semillas. Además, las regó y las protegió con una valla para que ningún animal pudiera escarbar y comérselas.
En unos días las semillas se transformaron en cinco hermosas calabazas. Entusiasmada, se llevó las manos a la cara y exclamó:
– ¡Qué lindas calabazas! Cuando se sequen bien las vaciaré y con ellas fabricaré cuencos para meter agua. Después las llevaré al mercado para venderlas.
Las metió en un gran saco y al llegar a casa las colgó en una viga del techo para que se secaran al aire. Todas menos una que puso junto a la chimenea.
– Esta calabaza chiquitita es tan mona que me la quedaré, no quiero venderla. Voy a ponerla junto al fuego para que se seque antes que las demás.
Esa noche Shindo durmió plácidamente y al amanecer salió a trabajar al campo como todas las mañanas de su vida. Mientras, en su hogar, sucedió algo increíble: ¡las cinco calabazas se transformaron en cinco niños!
Los cuatro que estaban colgados de las vigas llamaron al más pequeño que estaba junto a la chimenea.
– ¡Kitete, ayúdanos a bajar, por favor!
Kitete les ayudó a descolgarse y en cuanto pusieron los pies en el suelo comenzaron a hacer todas las tareas de la casa. Para ellos era un juego divertido limpiar, fregar y lavar, así que terminaron en un periquete.  Kitete, en cambio, se quedó quietecito al lado de la chimenea. Toda la noche junto al fuego le había dejado muy débil y sin fuerzas para colaborar con sus hermanos.
Acabado el trabajo Kitete les ayudó a subir otra vez a la viga y los cinco volvieron a transformarse en unas anaranjadas y rugosas calabazas.
Una hora después la campesina regresó a la casa y se dio cuenta de que todo estaba recogido y reluciente.
– ¡Qué extraño!… ¿Quién habrá entrado aquí durante mi ausencia? ¡Si está todo limpio y ordenado!
Se acostó y no pudo pegar ojo en toda la noche pensando en lo que había sucedido. Después de mucho darle vueltas, lo tuvo claro.
– “Mañana fingiré que voy a trabajar al campo pero me quedaré espiando ¡Necesito saber quién demonios ha entrado en mi casa a escondidas”
Así lo hizo; después de desayunar salió de su hogar pero al llegar a un recodo del camino dio media vuelta y regresó por la parte de atrás. En silencio, se agazapó junto a la ventana del comedor.
¡Casi se desmaya cuando observó lo que dentro sucedió! Como por arte de magia ¡las calabazas se transformaron en niños de verdad ante sus ojos!
Con el corazón a mil y sin dejarse ver,  escuchó las voces de los cuatro que estaban colgados de la viga.
– Kitete, ayúdanos a bajar, por favor!
Kitete, que seguía junto a la chimenea, extendió las manos para que pudieran bajar sin hacerse daño. Después, como el día anterior, comenzaron a limpiar el polvo, a barrer, y a dejarlo todo como los chorros del oro.
Shindo no pudo aguantar más y entró por sorpresa haciendo aspavientos y dando muestras de felicidad.
– ¡Qué emoción! ¡Mi casa está llena de niños! Es lo que más he deseado durante toda mi vida ¡Por favor, no os transforméis otra vez en calabazas! A partir de hoy, este será vuestro hogar y yo vuestra madre.
Los muchachitos aceptaron encantados y se quedaron a vivir allí.
Pasaron las semanas y los cuatro mayores se convirtieron en los hijos con los Shindo siempre había soñado: eran guapos, sanos y siempre dispuestos a ayudar en todo. En cambio, el pequeño Kitete siguió siendo un niño enfermizo y de carita triste que se pasaba las horas junto al fuego. Shindo lo amaba como a los demás, pero no soportaba verlo ahí, sin hacer nada en todo el día.
Una mañana la mujer atravesó el comedor sosteniendo en sus manos una gran olla de lentejas y sin querer tropezó con las frágiles y delgaduchas piernas de Kitete. No pudo evitar caerse al suelo y que todas las lentejas se desparramaran por todas partes.
Enfurecida, gritó a Kitete sin compasión:
– ¡Mira lo que ha pasado por tu culpa! Si no estuvieras ahí, tirado en el suelo como un inútil, no habría tropezado contigo.
Kitete la miraba con ojos llorosos sin poder articular palabra. La mujer siguió vociferando, completamente fuera de sí:
– Tus hermanos son buenos hijos, pero tú ni siquiera te mueves ¡No sé para qué te has transformado en niño si eres igual de inservible que cuando eras una calabaza!
Las duras palabras de Shindo tuvieron un efecto devastador: ¡Kitete se transformó de nuevo en una pequeña calabaza!
¡Qué mal se sintió la campesina cuando se dio cuenta de las barbaridades que había dicho! Corrió hacia el fuego llorando desconsoladamente, abrazó la calabaza y la apretó junto a su pecho.
– ¡¿Oh, no, ¿pero qué he hecho?!… ¡Vuelve, mi querido Kitete! No lo decía en serio… ¡Yo te amo tanto como a tus hermanos! ¡Perdóname, chiquitín, he sido muy cruel contigo!
Pero a pesar de sus ruegos, la calabaza seguía siendo una calabaza.
Los cuatro hermanos, que estaban correteando por el jardín, oyeron los llantos y entraron en la casa. Se entristecieron al ver a su madre gimiendo y llorando con la calabacita en su regazo.
Se miraron y sin decir nada, treparon por la viga. Desde allí, dijeron una vez más:
– ¡Kitete, ayúdanos a bajar, por favor!
Y entonces, sucedió el milagro: la calabaza se convirtió una vez más en un niño, en el dulce y tierno Kitete.
Shindo sintió una emoción indescriptible en su corazón y comenzó a besar en sus pálidas mejillas.
– ¡Hijo mío, gracias por regresar! Eres más delicado que tus hermanos pero te quiero y te respeto igual que a ellos. No temas, que yo estaré aquí siempre para cuidar de ti.
Con mucha ternura sentó al pequeño Kitete en su lugar favorito junto a la chimenea y le dedicó una dulce sonrisa que reflejaba mucho amor.
A partir de ese día todos respetaron que Kitete fuera diferente y formaron la familia más unida y dichosa que jamás ha vivido a los pies del Kilimanjaro.

LECTURA RÁPIDA 2

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El pez de oro

Cuento popular El pez de oro

Adaptación del cuento popular de Rusia

Había una vez una pareja de ancianos muy pobres que vivía junto a la playa en una humilde cabaña. El hombre era pescador, así que él y su mujer se alimentaban básicamente de los peces que caían en sus redes.
Un día, el pescador lanzó la red al agua y tan sólo recogió un pequeño pez. Se quedó asombradísimo cuando vio que se trataba de un pez de oro que además era capaz de hablar.
– ¡Pescador, por favor, déjame en libertad! Si lo haces te daré todo lo que me pidas.
El anciano sabía que si lo soltaba perdería la oportunidad de venderlo y ganar un buen dinero, pero sintió tanta pena por él que desenmarañó la red y lo devolvió al mar.
– Vuelve a la vida que te corresponde, pescadito ¡Mereces ser libre!
Cuando regresó a la cabaña su esposa se enfadó muchísimo al comprobar que se presentaba con las manos vacías, pero su ira creció todavía más cuando el pescador  le contó que en realidad había pescado un pez de oro y lo había dejado en libertad.
– No me puedo creer lo que me estás contando… ¿Tú sabes lo que vale un pez de oro? ¡Nos habrían dado una fortuna por él! Al menos podías haberle pedido algo a cambio, aunque fuera un poco de pan para comer.
El buen hombre recordó que el pez le había dicho que podía concederle sus deseos, y ante las quejas continuas de su mujer, decidió regresar al a orilla.
– ¡Pececito de oro, asómate que necesito tu ayuda!
La cabecita dorada surgió de las aguas y se quedó mirando al anciano.
– ¿Qué puedo hacer por ti, amigo?
– Mi mujer quiere pan para comer porque hoy no tenemos nada que llevarnos a la boca ¿Podrías conseguirme un poco?
– ¡Por supuesto! Vuelve con tu esposa y tendrás pan más que suficiente para varios días.
El anciano llegó a su casa y se encontró la cocina llena de crujiente y humeante pan por todas partes. Contra todo pronóstico, su mujer no estaba contenta en absoluto.
– Ya tienes el pan que pediste… ¿Por qué estás tan enfurruñada?
– Sí, pan ya tenemos, pero en esta cabaña no podemos seguir viviendo. Hay goteras por todas partes y el frío se cuela por las rendijas. Dile a ese pez de oro amigo tuyo que nos  consiga una casa más decente ¡Es lo menos que puede hacer por ti ya que le has salvado la vida!
Una vez más, el hombre caminó hasta la orilla del mar.
– ¡Pececito de oro, asómate que necesito tu ayuda!
– ¿Qué puedo hacer por ti, amigo?
– Mi mujer está disgustada porque nuestra cabaña se cae a pedazos. Quiere una casa  nueva más cómoda y confortable.
– Tranquilo, yo haré que ese deseo se cumpla.
– Muchísimas gracias.
Se dio la vuelta dejando al pez meciéndose entre las olas. Al llegar a su hogar, la cabaña había desaparecido. Su lugar lo ocupaba una coqueta casita de piedra que hasta tenía un pequeño huerto para cultivar hortalizas.
Su mujer estaba peinándose en la habitación principal.
– ¡Imagino que ahora estarás contenta! ¡Esta casa nueva es una monada y más grande que la que teníamos!
– ¿Contenta? ¡Ni de broma! No has sabido aprovecharte de la situación ¡Ya que pides, pide a lo grande! Vuelve ahora mismo y dile al pez de oro que quiero una casa lujosa  y con todas las comodidades que se merece una señora de mi edad.
– Pero…
– ¡Ah, y nada de huertos, que no pienso trabajar en lo que me queda de vida! ¡Dile que prefiero un bonito jardín para dar largos paseos en primavera!
El hombre estaba harto y le parecía absurdo pedir cosas que no necesitaban, pero por no oír los lamentos de su esposa, obedeció y acudió de nuevo a la orilla del mar.
– ¡Pececito de oro, asómate que necesito tu ayuda!
– ¿Qué puedo hacer por ti, amigo?
– Siento ser tan pesado pero mi mujer sueña con una casa y una vida más lujosa.
– Amigo, no te preocupes. Hoy mismo tendrá una gran casa y todo lo que necesite para vivir en ella ¡Incluso le pondré servicio doméstico para que ni siquiera tenga que cocinar!
– Muchas gracias, amigo pez. Eso más de lo que nunca soñamos.
Casi se le salen los ojos de las órbitas al llegar a su casa y encontrarse una mansión rodeada de jardines repletos de plantas exóticas y hermosas fuentes de agua.
– Madre mía… ¡qué barbaridad! Esto es digno de un rey y no de un pobre pescador como yo.
Entró y el interior le pareció fastuoso: muebles de caoba, finísimos jarrones chinos, cortinas de terciopelo, vajillas de plata… ¡Todo era tan deslumbrante que no sabía ni a dónde mirar!
Creía que lo había visto todo cuando su mujer apareció ataviada con un vestido de tul rosa, y enjoyada  de arriba abajo. No venía sola sino seguida de tres doncellas y tres lacayos.
– ¡Esto es increíble! ¡Jamás había visto una casa tan grande y tan bonita! ¡Y tú, querida,  estás impresionantemente guapa y elegante!…  Imagino que ahora sí estarás satisfecha… ¡Hasta tenemos criados!
Con aires de emperatriz, la anciana contestó:
– ¡No, no es suficiente! ¿Todavía no te has dado cuenta de lo importante que sería capturar ese pez y tenerlo siempre a nuestra disposición? Podríamos pedirle lo que nos diera la gana a cualquier hora del día o de la noche ¡Lo tendríamos todo al alcance de la mano!
¡La ambición de la mujer no tenía límites! Antes de que el pobre pescador dijera algo, sacó a relucir el plan que había maquinado para hacerse con el pececito de oro.
– Atraparlo es difícil, así que lo mejor será ir por las buenas. Ve al mar y dile al pez de oro que quiero ser la reina del mar.
– ¿Tú… reina del mar? ¿Para qué?
– ¡Que no te enteras de nada, zoquete! Todos los seres que viven en el mar han de obedecer a su reina sin rechistar. Yo, como reina, le obligaría a vivir aquí.
– ¡Pero yo no puedo pedirle eso!
– ¡Claro que puedes, así que lárgate a la playa ahora mismo! O consigues el cargo de reina del mar para mí o no vuelves a entrar en esta casa ¿Te queda claro?
Dio tal portazo que el marido, atemorizado, salió corriendo y llegó hasta la orilla una vez más. Con mucha vergüenza llamó al pez.
– ¡Pececito de oro, asómate que necesito tu ayuda!
– ¿Qué puedo hacer por ti, amigo?
– Mi mujer insiste en seguir pidiendo ¡Ahora quiere ser la reina del mar para ordenarte que vivas en nuestra casa y trabajes para ella!
El pez se quedó en silencio ¡Esa mujer había llegado demasiado lejos! No sólo estaba abusando de él sino que encima lo tomaba por tonto. Miró con pena al anciano  y de un salto se sumergió en las profundidades del mar.
– Pececito de oro, quiero hablar contigo ¡Sal a la superficie, por favor!
Desgraciadamente el pez había perdido la paciencia y no volvió a asomarse.
El hombre regresó a su casa y se quedó hundido cuando vio que todo se había esfumado. Ya no había fuentes, ni jardines, ni palacete ni sirvientes.  Frente a él volvía a estar la pobre y solitaria cabaña de madera en la que siempre habían vivido. Tampoco su mujer era ya una refinada dama envuelta en tules, sino la esposa de un humilde pescador, vestida con una falda hecha de retales y zapatillas de cuerda.
¡Adiós al sueño de tenerlo todo! Muy a su pesar los dos tuvieron que continuar con su vida de trabajo y sin ningún tipo de lujos. Nunca volvieron a saber nada de aquel pececito agradecido y generoso que les había dado tanto. La ambición sin límites tuvo su castigo.

jueves, 9 de noviembre de 2017

LECTURA RÁPIDA 1



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1º PARTE

Había una vez un señor que se llamaba Alí Babá y que tenía un hermano que se llamaba Kassim. Alí Babá era honesto, trabajador, bueno, leñador y pobre. Kassim era deshonesto, haragán, malo, usurero y rico. Alí Babá tenía una esposa, una hermosa criada que se llamaba Luz de la Noche, varios hijos fuertes y tres mulas. Kassim tenía una esposa y muy mala memoria, pues nunca se acordaba de visitar a sus parientes, ni siquiera para preguntarles si se encontraban bien o si necesitaban algo. En realidad no los visitaba para que no le salieran pidiendo algo.
Un día en que Alí Babá estaba en el bosque cortando leña oyó un ruido que se acercaba y que se parecía al ruido que hacen cuarenta caballos cuando galopan. Se asustó, pero como era curioso trepó a un árbol.
Espiando, vio que eran, efectivamente, cuarenta caballos. Sobre cada caballo venía un ladrón, y cada ladrón tenía una bolsa llena de monedas de oro, vasos de oro, collares de oro y más de mil rubíes, zafiros, ágatas y perlas. Delante de todos iba el jefe de los ladrones.
Los ladrones pasaron debajo de Alí Babá y sofrenaron frente a una gran roca que tenía, más o menos, como una cuadra de alto y que era completamente lisa. Entonces el jefe de los ladrones gritó a la roca: “¡Sésamo: ábrete!”. Se oyó un trueno y la roca, como si fuera un sésamo, se abrió por el medio mientras Alí Babá casi se cae del árbol por la emoción. Los ladrones entraron por la abertura de la roca con caballos y todo, y una vez que estuvieron dentro el jefe gritó: “¡Sésamo: ciérrate!”. Y la roca se cerró.
“Es indudable -pensó Alí Babá sin bajar del árbol- que esa roca completamente lisa es mágica y que las palabras pronunciadas por el jefe de los ladrones tienen el poder de abrirla. Pero más indudable todavía es que dentro de esa extraña roca tienen esos ladrones su escondite secreto donde guardan todo lo que roban.” Y en seguida se oyó otra vez un gran trueno y la roca se abrió. Los ladrones salieron y el jefe gritó: “¡Sésamo: ciérrate!”. La roca se cerró y los ladrones se alejaron a todo galope, seguramente para ir a robar en algún lado. Cuando se pedieron de vista, Alí Babá bajó del árbol.
“Yo también entraré en esa roca -pensó-. El asunto será ver si otra persona, pronunciando las palabras mágicas, puede abrirla.” Entonces, con todas las fuerzas que tenía, gritó: “¡Sésamo: ábrete!”. Y la roca se abrió.
Después de tardar lo que se tarda en parpadear, se lanzó por la puerta mágica y entró. Y una vez dentro se encontró con el tesoro más grande del mundo. “¡Sésamo: ciérrate!”, dijo después. La roca se cerró con Alí Babá dentro y él, con toda tranquilidad, se ocupó de meter en una bolsa una buena cantidad de monedas de oro y rubíes. No demasiado: lo suficiente como para asegurarse la comida de un año y tres meses. Después dijo: “¡Sésamo: ábrete!”. La roca se abrió y Alí Babá salió con la bolsa al hombro. Dijo: “¡Sésamo: ciérrate!” y la roca se cerró y él volvió a su casa, cantando de alegría. Pero cuando su esposa lo vio entrar con la bolsa se puso a llorar.
-¿A quién le robaste eso? -gimió la mujer.
Y siguió llorando. Pero cuando Alí Babá le contó la verdadera historia, la mujer se puso a bailar con él.
-Nadie debe enterarse que tenemos este tesoro -dijo Alí Babá-, porque si alguien se entera querrá saber de dónde lo sacamos, y si le decimos de dónde lo sacamos querrá ir también él a esa roca mágica, y si va puede ser que los ladrones lo descubran, y si lo descubren terminarán por descubrirnos a nosotros. Y si nos descubren a nosotros nos cortarán la cabeza. Enterremos todo esto.
-Antes contemos cuántas monedas y piedras preciosas hay -dijo la mujer de Alí Babá.
-¿Y terminar dentro de diez años? ¡Nunca! -le contestó Alí Babá.
-Entonces pesaré todo esto. Así sabré, al menos aproximadamente, cuánto tenemos y cuánto podremos gastar -dijo la mujer.
Y agregó:
-Pediré prestada una balanza.
Desgraciadamente, la mujer de Alí Babá tuvo la mala idea de ir a la casa de Kassim y pedir prestada la balanza. Kassim no estaba en ese momento, pero sí su esposa.
-¿Y para qué quieres la balanza? -le preguntó la mujer de Kassim a la mujer de Alí Babá.
-Para pesar unos granos -contestó la mujer de Alí Babá.
“¡Qué raro! -pensó la mujer de Kassim-. Éstos no tienen ni para caerse muertos y ahora quieren una balanza para pesar granos. Eso sólo lo hacen los dueños de los grandes graneros o los ricos comerciantes que venden granos.”
-¿Y qué clase de granos vas a pesar? – le preguntó la mujer de Kassim después de pensar lo que pensó.
-Pues granos… -le contestó la mujer de Alí Babá.
-Voy a prestarte la balanza -le dijo la mujer de Kassim.
Pero antes de prestársela, y con todo disimulo, la mujer de Kassim untó con grasa la base de la balanza.
“Algunos granos se pegarán en la grasa, y así descubriré qué estuvieron pesando realmente”, pensó la mujer de Kassim.
Alí Babá y su mujer pesaron todas las monedas y las piedras preciosas. Después devolvieron la balanza. Pero un rubí había quedado pegado a la grasa.
-De manera que éstos son los granos que estuvieron pesando -masculló la mujer de Kassim-. Se lo mostraré a mi marido.
Y cuando Kassim vio el rubí, casi se muere del disgusto.
Y él, que nunca se acordaba de visitar a Alí Babá, fue corriendo a buscarlo. Sin saludar a nadie, entró en la casa de su hermano en el mismo momento en que estaban por enterrar el tesoro.
-¡Sinvergüenzas! -gritó-. Ustedes siempre fueron unos pobres gatos. Díganme de dónde sacaron ese maravilloso tesoro si no quieren que los denuncie a la policía.
Y se puso a patalear de rabia. Alí Babá, resignado, comprendió que lo mejor sería contarle la verdad.
-Mañana mismo iré hasta esa roca y me traeré todo a mi casa -dijo Kassim cuando terminaron de explicarle.
A la mañana siguiente, Kassim estaba frente a la roca dispuesto a pronunciar las palabras mágicas.
Había llevado 12 mulas y 24 bolsas; tanto era lo que pensaba sacar.
-¿Qué era lo que tenía que decir? -se preguntó Kassim-. Ah, sí, ahora recuerdo… Y muy emocionado exclamó: “¡Sésamo: ábrete!”.
La roca se abrió y Kassim entró. Después dijo “Sésamo: ciérrate”, y la roca se cerró con él dentro.
Una hora estuvo Kassim parado frente a las montañas de moneda de oro y de piedras preciosas.
“Aunque tenga que venir todos los días -pensó-, no dejaré la más mínima cosa de valor que haya aquí. Me lo voy a llevar todo a mi casa.” Y se puso a morder las monedas para ver si eran falsas. Después empezó a elegir entre las piedras preciosas. “Aunque me las llevaré todas, es mejor que empiece por las más grandes, no vaya a ser que por h o por b mañana no pueda venir y me quede sin las mejores.” La elección le llevó unas cinco horas. Pero en ningún momento se sintió cansado. “Es el trabajo más hermoso que hice en mi vida. Gracias al tonto de mi hermano, me he convertido en el hombre más rico del mundo.” Y cuando cargó las 24 bolsas se dispuso a partir.
-¿Qué era lo que tenía que decir? -se preguntó-. Ah, sí, ahora recuerdo… Y muy emocionado dijo: “Alpiste: ábrete”.
Pero la roca ni se movió.
-¡Alpiste: ábrete! -repitió Kassim.
Pero la roca no obedeció.
-Por Dios -dijo Kassim-, olvidé el nombre de la semilla. ¿Por qué no lo habré anotado en un papelito?
Y, desesperado, empezó a pronunciar el nombre de todas las semillas que recordaba: “Cebada: ábrete”; “Maíz: ábrete”; “Garbanzo: ábrete”.
Al final, totalmente asustado, ya no sabía qué decir: “Zanahoria: ábrete”; “Coliflor: ábrete”; “Calabaza: ábrete”.
Hasta que la roca se abrió. Pero no por Kassim sino por los cuarenta ladrones que regresaban. Y cuando vieron a Kassim, le cortaron la cabeza.
-¿Cómo habrá entrado aquí? -preguntó uno de los ladrones.
-Ya lo averiguaremos -dijo el jefe-. Ahora salgamos a robar otra vez.
Y se fueron a robar, después de dejar bien cerrada la roca.
Pero Alí Babá estaba preocupado porque Kassim no regresaba. Entonces fue a buscarlo a la roca.
Dijo “Sésamo: ábrete”, y cuando entró vio a Kassim muerto. Llorando, se lo llevó a su casa para darle sepultura. Pero había un problema: ¿qué diría a los vecinos? Si contaba que Kassim había sido muerto por los ladrones se descubriría el secreto, y eso, ya lo sabemos, no convenía.
-Digamos que murió de muerte natural -dijo Luz de la Noche.
-¿Cómo vamos a decir eso? Nadie se muere sin cabeza -dijo Alí Babá.
-Yo lo resolveré -dijo Luz de la Noche, y fue a buscar a un zapatero.
Camina que camina, llegó a la casa del zapatero.
-Zapatero -le dijo-, voy a vendarte los ojos y te llevaré a mi casa.
Eso nunca -le contestó el zapatero-. Si voy, iré con los ojos bien libres.
No -repuso Luz de la Noche. Y le dio una moneda de oro.
-¿Y para qué quieres vendarme los ojos? -preguntó el zapatero.
-Para que no veas adónde te llevo y no puedas decir a nadie dónde queda mi casa -dijo Luz de la Noche, y le dio otra moneda de oro.
-¿Y qué tengo que hacer en tu casa? -preguntó el zapatero.
-Coser a un muerto -le explicó Luz de la Noche.
-Ah, no -dijo el zapatero-, eso sí que no -y tendió la mano para que Luz de la Noche le diera otra moneda.
-Está bien -dijo el zapatero después de recibir la moneda-, vamos a tu casa.
Y fueron. El zapatero cosió la cabeza del muerto, uniéndola. Y todo lo hizo con los ojos vendados. Finalmente volvió a su casa acompañado por Luz de la Noche y allí se quitó la venda.
-No cuentes a nadie lo que hiciste -le advirtió Luz de la Noche.
Y se fue contenta, porque con su plan ya estaba todo resuelto. De manera que cuando los vecinos fueron informados que Kassim había muerto, nadie sospechó nada.
Y eso fue lo que pasó con Kassim, el malo, el haragán, el de mala memoria. Pero resulta que los ladrones volvieron a la roca y vieron que Kassim no estaba. Ninguno de los ladrones era muy inteligente que digamos, pero el jefe dijo:
-Si el muerto no está, quiere decir que alguien se lo llevó.
-Y si alguien se lo llevó, quiere decir que alguien salió de aquí llevándoselo -dijo otro ladrón.
-Pero si alguien salió de aquí llevándoselo, quiere decir que primero entró alguien que después se lo llevó -dijo el jefe de los ladrones.
-¿Pero cómo va a entrar alguien si para entrar tiene que pronunciar las palabras mágicas secretas, que por ser secretas nadie conoce? -dijo otro ladrón.
Después de cavilar hasta el anochecer, el jefe dijo:
-Quiere decir que si alguien salió llevándose a ese muerto, quiere decir que antes de salir entró, porque nadie puede salir de ningún lado si antes no entra. Quiere decir que el que entró pronunció las palabras secretas.
-¿Y eso qué quiere decir? -preguntaron los otros 39 ladrones.
-¡Quiere decir que alguien descubrió el secreto! -contestó el jefe.
-¿Y eso qué quiere decir? -preguntaron los 39.
-¡Que hay que cortarle la cabeza!
-¡Muy bien! ¡Cortémosela ahora mismo!
Y ya salían a cortarle la cabeza cuando el jefe dijo:
-Primero tenemos que saber quién es el que descubrió nuestro secreto. Uno de ustedes debe ir al pueblo y averiguarlo.
-Yo iré -dijo el ladrón número 39. (El número 40 era el jefe).
Cuando el ladrón número 39 llegó al pueblo, pasó frente al taller de un zapatero y entró. Dio la casualidad de que era el zapatero que ya sabemos.
-Zapatero -dijo el ladrón número 39-, estoy buscando a un muerto que se murió hace poco. ¿No lo viste?
-¿Uno sin cabeza? -preguntó el zapatero.
-El mismo -dijo el ladrón número 39.
-No, no lo vi -dijo el zapatero.
-De mí no se ríe ningún zapatero -dijo el ladrón-. Bien sabes de quién hablo.
-Sí que sé, pero juro que no lo vi.
Y el zapatero le contó todo.
-Qué lástima -se lamentó el 39-, yo quería recompensarte con esta linda bolsita. Y le mostró una bolsita llena de moneditas de oro.
-Un momento -dijo el zapatero-, yo no vi nada, pero debes saber que los ciegos tienen muy desarrollados sus otros sentidos. Cuando me vendaron los ojos, súbitamente se me desarrolló el sentido del olfato. Creo que por el olor podría reconocer la casa a la que me llevaron.
Y agregó:
-Véndame los ojos y sígueme. Me guiaré por mi nariz.
Así se hizo. Con su nariz al frente fue el zapatero oliendo todo. Detrás de él iba el ladrón número 39. Hasta que se pararon frente a una casa.
-Es ésta -dijo el zapatero-. La reconozco por el olor de la leña que sale de ella.
-Muy bien -respondió el ladrón número 39-. Haré una marca en la puerta para que pueda guiar a mis compañeros hasta aquí y cumplir nuestra venganza amparados por la oscuridad de la noche.
Y el ladrón hizo una cruz en la puerta. Después ladrón y zapatero se fueron, cada cual por su camino. Pero Luz de la Noche había visto todo. Entonces salió a la calle y marcó la puerta de todas las casas con una cruz igual a la que había hecho el ladrón. Después se fue a dormir muy tranquila.
-Jefe -dijo el ladrón número 39 cuando volvió a la guarida secreta-, con ayuda de un zapatero descubrí la casa del que sabe nuestro secreto y ahora puedo conducirlos hasta ese lugar.
-¿Aun en la oscuridad de la noche? ¿No te equivocarás de casa? -preguntó el jefe.
-No. Porque marqué la puerta con una cruz.
-Vamos -dijeron todos.
Y blandiendo sus alfanjes se lanzaron a todo galope.
-Ésta es la casa -dijo el ladrón número 39 cuando llegaron a la primera puerta del pueblo.
-¿Cuál? -preguntó el jefe.
-La que tiene la cruz en la puerta.
-¡Todas tienen una cruz! ¿Cuántas puertas marcaste?
El ladrón número 39 casi se desmaya. Pero no tuvo tiempo porque el jefe, enfurecido, le cortó la cabeza. Y, sin pérdida de tiempo, ordenó el regreso. No querían levantar sospechas.
-Alguien tiene que volver al pueblo, hablar con ese zapatero y tratar de dar con la casa.
-Iré yo -dijo el ladrón número 38.
Y fue.
Y encontró la casa del zapatero. Y el zapatero se hizo vendar los ojos. Y le señaló la casa. Y el ladrón número 38 hizo una cruz en la puerta. Pero de color rojo y tan chiquita que apenas se veía. Después zapatero y ladrón se fueron, cada cual por su camino.
Pero Luz de la Noche vio todo y repitió la estratagema anterior: en todas las puertas de la vecindad marcó una cruz roja, igual a la que había hecho el bandido.
-Jefe, ya encontré la casa y puedo guiarlos ahora mismo -dijo el ladrón número 38 cuando volvió a la roca mágica.
-¿No te confundirás? -dijo el jefe.
-No, porque hice una cruz muy pequeña, que solo yo sé cuál es.
Y los treinta y nueve ladrones salieron a todo galope.

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2º PARTE

Esta es la casa -dijo el ladrón número 38 cuando llegaron a la primera puerta del pueblo.
-¿Cuál? -preguntó el jefe.
-La que tiene esa pequeña cruz colorada en la puerta.
-Todas tienen una pequeña cruz colorada en la puerta -dijo el jefe de los bandidos. Y le cortó la cabeza.
Después el jefe dijo:
-Mañana hablaré yo con ese zapatero.
Y ordenó el regreso. Al día siguiente el jefe de los ladrones buscó al zapatero. Y lo encontró. Y el zapatero se hizo vendar los ojos. Y lo guió. Y le mostró la casa. Pero el jefe no hizo ninguna cruz en la puerta ni otra señal. Lo que hizo fue quedarse durante diez minutos mirando bien la casa.
-Ahora soy capaz de reconocerla entre diez mil casas parecidas.
Y fue en busca de sus muchachos.
-Ladrones -les dijo-, para entrar en la casa del que descubrió nuestro secreto y cortarle la cabeza sin ningún problema, me disfrazaré de vendedor de aceite. En cada caballo cargaré dos tinas de aceite sin aceite. Cada uno de ustedes se esconderá en una tina y cuando yo dé la orden ustedes saldrán de la tina y mataremos al que descubrió nuestro secreto y a todos los que salgan a defenderlo.
-Muy bien -dijeron los ladrones.
Los caballos fueron cargados con las tinas y cada ladrón se metió en una de ellas. El jefe se disfrazó de vendedor de aceite y después tapó las tinas.
Esa tarde los 38 ladrones entraron en el pueblo. Todos los que los vieron entrar pensaban que se trataba de un vendedor que traía 37 tinas de aceite.
Llegaron a la casa de Alí Babá y el jefe de los ladrones pidió permiso para pasar.
-¿Quién eres? -preguntó Alí Babá.
-Un pacífico vendedor de aceite -dijo el jefe de los bandidos-. Lo único que te pido es albergue, para mí y para mis caballos.
-Adelante, pacífico vendedor -dijo Alí Babá.
Y les dio albergue. Y también comida, y dulces y licores. Pero el jefe de los ladrones lo único que quería era que llegara la noche para matar a Alí Babá y a toda su familia.
Y la noche llegó.
Pero resulta que hubo que encender las lámparas.
-Nos hemos quedado sin una gota de aceite -dijo Luz de la Noche-, y no puedo encender las lámparas. Por suerte hay en casa un vendedor de aceites; sacaré un poco de esas grandes tinas que él tiene.
Luz de la Noche tomó un pesado cucharón de cobre y fue hasta la primera tina y levantó la tapa. El ladrón que estaba adentro creyó que era su jefe que venía a buscarlo para lanzarse al ataque, y asomó la cabeza.
-¡Qué aceite más raro! -exclamó Luz de la Noche, y le dio con el cucharón en la cabeza.
El ladrón no se levantó más.
Luz de la Noche fue hasta la segunda tina y levantó la tapa, y otro ladrón asomó la cabeza, creyendo que era su jefe.
-Un aceite con turbantes -dijo Luz de la Noche.
Y le dio con el cucharón. El ladrón no se levantó más. Tina por tina recorrió Luz de la Noche, y en todas le pasó lo mismo. A ella y al que estaba adentro. Enojadísima, fue a buscar al vendedor de aceite, y blandiendo el cucharón le dijo:
-Es una vergüenza. No encontré ni una miserable gota de aceite en ninguna de sus tinas. ¿Con qué enciendo ahora mis lámparas?
Y le dio con el cucharón en la cabeza.
El jefe de los ladrones cayó redondo.
-¿Por qué tratas así a mis huéspedes? -preguntó Ali Babá.
Entonces Luz de la Noche quitó el disfraz al jefe de la banda y todo quedó aclarado. Como es de imaginar, los ladrones recibieron su merecido.
Y eso fue lo que pasó con ellos.
En cuanto a Alí Babá, dicen que al día siguiente fue a buscar algunas monedas de oro a la roca, y que cuando llegó no encontró nada: la roca había desaparecido, con tesoro y todo.
Pero ésta es una versión que ha comenzado a circular en estos días, y no se ha podido demostrar.

martes, 7 de noviembre de 2017

NÚMEROS ROMANOS

Practicamos los números romanos con estas dos páginas webs:

PRIMERA WEB

http://www.elabueloeduca.com/aprender_jugando/juegos/matematicas/practica_jugando_numeros.php

http://www.elabueloeduca.com/aprender_jugando/juegos/matematicas/practica_jugando_numeros.php

Nos fijamos en la columna de la izquierda y jugamos:
NÚMEROS PASAR A LETRAS
1.- La tanda 1 a 50
2.- La tanda 50 a 100

PAAR A NÚEROS
3.- La tanda 1 a 50
4.- La tanda 50 a 100



SEGUNDA WEB

https://www.mundoprimaria.com/juegos-matematicas/numeros-romanos/

https://www.mundoprimaria.com/juegos-matematicas/numeros-romanos/

Son juego rápidos. Empezamos por los de 3º y hasta donde llegue cada uno.